Primera Parte.
Vestido en un viejo uniforme de colegio ya roto, de cabello negro y ojos color café, alto y esbelto, así se veía el chico que me salvó dentro de ese extraño mundo,
pero también me hizo una advertencia que no olvidaré nunca…
-De niños hemos jugado un viejo juego llamado El juego de los colores; hoy toca jugar de nuevo. Pero esta vez las reglas han cambiado, el primero en ser
adivinado podría morir, deberás estar muy atento.
aprovechándome de los conocimientos de mi familia que, claro está, eran buenos artistas marciales empezando desde mi bisabuelo y aunque mi padre había escogido
otra profesión también sabía cómo defenderse.
No contaré los detalles que a nadie le importa escuchar, pero escribiré lo más importante hasta el día de hoy. Mi padre es una persona muy ocupada, se dedica a
la botánica y debe estar fuera de casa siempre, por otra parte, mi madre falleció hace ya demasiado tiempo y si bien era sólo una ama de casa, fue la persona que más cosas me enseñó. Había una
frase que recitaba siempre que me atrapaban en mis fechorías: “Sólo los necios recorren el mismo sendero una y otra vez hasta que se dan cuenta que están perdidos… pero son los necios
también los que con voluntad férrea pueden encontrar el camino correcto y no errar de nuevo”.
La recitaba para mí una y otra vez, tanto que quedaron grabadas en mi mente y me ayudaban a tomar la decisión correcta siempre, así aprendí el significado de muchas
cosas que van de la mano, si hubiera sabido antes todo lo que sé, ahora, tal vez no estaría relatando para ustedes ahora, o tal vez sí… Alrededor de mi adolescencia, era mi abuelo quien cuidaba
de mí, era buen tutor y sus consejos fueron de mucha ayuda. Al paso del tiempo, cuando cumplí los doce, me gradué de la primaria con calificaciones impecables y una hoja de conducta
perfecta, sí, había corregido mis malos pasos. Y cuando por fin llegó la hora de entrar en secundaria, no me costó mucho trabajo aprobar; conforme el tiempo pasaba me sentía más y más
inteligente. No había nada qué decir de mí, era como todos los demás en apariencia, sólo mis maestros y mi familia sabían que algo estaba cambiando dentro de mí, y no tardó mucho en que lo
averiguaran.
Mi coeficiente intelectual aumentaba día a día, lo que era algo ilógico, por ello, mi maestro insistió en que debía ir a ver a un médico, pero hice caso
omiso.
Al poco tiempo hice buenos amigos, todo iba bien, después comenzaron esas extrañas pesadillas… Pasaron dos semanas de esos sueños bizarros, la mayoría eran
incoherentes en su totalidad, comenzaban bien, pero luego todo se volvía algo grotesco, pese a eso, hay una que recuerdo con claridad; no sé si es por lo aterrador de ese sueño o por la sensación
de vacío en mi pecho que dejaba cada vez que despertaba…
En aquella pesadilla en la que estoy de pie en un extenso prado verde, no hay un solo edificio, como si el mundo no existiera, no veo el sol o la luna, el viento
sopla fríamente en mi cara, las piernas me tiemblan y me cuesta trabajo respirar, todo es silencio, cuando ya no puedo estar más tiempo de pie, caigo de rodillas al suelo y mi sangre fluye hasta
formar un charco sobre el que estoy arrodillado, no me percaté que estaba herido, veo la sangre pero aún no siento dolor, algo veo a mi alrededor desde el suelo y están ahí… cientos de cuerpos de
personas muertas, unas ni siquiera están completas y es tan atroz aquella visión que algunos conservan esa expresión de pánico, en su rostro, previa al momento de ser asesinados
brutalmente.
Estoy aterrorizado, mi propia sangre comienza a ahogarme y no puedo gritar, ni moverme; me duele, de repente me duele mucho… mi cuerpo esta lleno de heridas incurables y comienza a entumecerse hasta que el dolor desaparece. Escucho un par de pasos, hay alguien más con vida aparte de mí. Ese alguien se detiene frente a mí y tararea una canción infantil; su voz y figura parece la de una chica de 15 años, no soy capaz de ver con claridad su cara; lleva un uniforme manchado de sangre, su cabello es largo, ella es esbelta y posee una sonrisa aterradora.
Yo permanezco en el suelo y no puedo correr o gritar, eso me espanta; sé que algo en ella no es normal; después, esa extraña chica ríe a carcajadas y comienza a acercase a mí mientras me recita esa frase:
¿Sabes que todos van a morir? No hay nadie a quien “ella” no haya adivinado
La pesadilla termina en el momento en que ésta llega hasta mí. No queda más que el dolor abrasador y el pánico en mí… unos pocos segundos después pasa. Durante
varios días, esa pesadilla me causó escalofríos; me quitó el sueño y hasta el apetito; el miedo a volver a soñar lo mismo me impedía dormir tranquilamente. Si cierro los ojos, aún puedo
sentir el frío viento en mi cara y el resto de esas sensaciones; decidí que era hora de hablar con alguien. Entonces, una mañana me levanté más temprano que de costumbre, me dirigí con el abuelo,
le prepare una taza de café y sin rodeos le hablé de mi sueño; cuando finalicé mi relato, el abuelo guardó silencio y pocos segundos después me sugirió que dejara de ver la tele y jugar
videojuegos, también me ordenó que comenzara a dormir más temprano. A mí me pareció ilógico e incluso me molestó, pero una parte de mí creyó que tenía algo de razón y le obedecí, sin embargo, eso
no ayudó en nada. Por ello deje las cosas así y no mencioné el tema de nuevo, no quería que me enviara a ver a un psicólogo. A los pocos días, las pesadillas cesaron extrañamente y por fin lo
dejé por la paz, ya no quería tocar el tema. Una mañana soleada, desperté sintiéndome cansado, pensé que era debido a que me quedé despierto hasta tarde estudiando para un examen, bajé a la
cocina, prendí la cafetera del abuelo y le llamé, él no respondió, al parecer ya había salido a correr un poco, supongo que es el precio de tener un abuelo artista marcial. Así que pensé que todo
eso estaría bien si bebía un poco de café con el desayuno, al terminar tomé todo lo necesario y me marché a la escuela, en el camino vi a mi abuelo y agité la mano despidiéndome de él como cada
día lo hacía. Caminé hacia la parada, abordé y escuché música en el transcurso, cuando llegué, bajé del autobús, me paré en la entrada y saludé al que hasta ese día era mi mejor amigo, para ese
momento empezaba a dolerme un poco la cabeza, pero debido a mi desvelada tampoco le di tanta importancia, en eso vi algo que marcaría mi vida, incluso, hasta el día en que muera. Conocí a
“ALICE”.
Del otro lado de la calle, una niña llevaba un vestido blanco, viejo y manchado de sangre vieja, en su cara no había pánico, pero parecía estar pidiendo ayuda, en
ese instante mi cabeza comenzó a arder, estaba mareado; no sé si fue la impresión de verla así, pero nadie hizo nada para ayudarla, sin pensarlo, crucé la calle inmediatamente, mi intención era
ayudarla, lo extraño es que a pesar del pánico de mi cara, no emití ningún tipo de grito o gemido, en ese momento uno de mis amigos me vio e inmediatamente me llamó a gritos.
¿A dónde vas? – agitaba violentamente los brazos.
¡Tengo que ayudarla! – decía yo.
¡El semáforo está en rojo, Darian, regresa! – Su voz denotaba pánico, ¿era por la niña o por mí…?
Pero no hice caso, crucé la calle y entonces hubo un instante en el que no vi nada… el dolor de mi cabeza desapareció de repente, mi mente estaba en blanco, al abrir los ojos lo próximo que vi fue a mi mismo que había estado previamente dormido en un viejo salón de clase, estaba solo, la luz que entraba por las ventanas cuyos vidrios estaban rotos me despertó, cuando me vi, llevaba un uniforme de colegio privado, supongo era la escuela a la que asistía, junto al mesabanco en el que estaba sentado; había una extraña espada con decorados en una piedra verde, mi cabeza estaba llena de dudas:
- ¿Dónde estoy… ? ¿Quién soy…? ¿Soy un asesino…? ¿Por qué no puedo recordar mi nombre… o algún otro dato sobre mí? -
Mientras estaba hecho un lío y casi en pánico, por la puerta del viejo salón, entró “ese” chico, llevaba dos dagas en un extraño cinturón, su cabello era negro y
estaba seguro de no haberlo visto nunca, hasta el momento, hizo una señal con la mano derecha y dijo:
¡Mira, que suerte! El verde ha aparecido nuevamente, eso quiere decir que ya es hora de retomar el juego… – Sus ojos color café estaban puestos en mí con un extraño
dejo de ira.
¿Qué es este lugar..? – está seguro de no haber estado ahí nunca.
Sería mejor que caminaras, si te adivinan estás muerto – después salió fuera del lugar colocando la mano sobre una de las dos dagas que llevaba.
¿Quién eres tú…? –me puse de pie, él se detuvo y giró hacia mí.
Acompáñame afuera. – continuó su camino y yo le seguí en busca de respuestas.
Al salir lo que vi me espantó, pero a él no pareció importarle, a pesar que ambos vimos un mundo sin sol ni luna, idéntico al de mi sueño. Además de nosotros estaba
una chica en uniforme escolar de largo cabello y macabra sonrisa quien gritó:
¡Púrpura, ya es hora de que empiece el juego de Alicia; el verde ya ha llegado!
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